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Las brujas sí se quejan: crónica de un fracaso (no) anunciado

Estoy convencida que todas las personas tenemos que encontrar una manera de desfogar ese coraje, frustración y tristeza que nos ahoga la mente y el alma de vez en cuando. Creo firmemente que todos somos artistas, más no del mismo arte, por eso Taylor Swift compone, Shakira canta, Britney Spears baila… y yo escribo.

Hoy quiero contarte acerca de un evento muy bonito que organicé con una amiga, pero que no me dejó un buen sabor de boca. Y quiero, al tiempo que te lo comparto, irlo bajando yo también, porque sólo así me servirá esta experiencia. De otra manera, mañana lo olvidaré porque tengo el bonito hábito de echar bajo la alfombra todo lo que me entristece, me pone de malas o me rompe el corazón.

LA GRAN IDEA

Con la visita de Yaz (así la vamos a llamar en este post para conservar su privacidad) a la Gran Tenochtitlán (ella vive en Europa), se me ocurrió que podíamos organizar un evento juntas. Siguiente escena, me entero que el lunes 30 de enero es el Día del Croissant. “OK”, pensé, “tenemos el motivo y el lugar, sólo hace falta el contenido”.

Hay un libro que me recomendaron el año antepasado que me movió muchas fibras. Faltaba poco para que cumpliera 40 años y estaba absoluta y profundamente desolada. Al verme así, Ela, mi bruja tan amada, me recomendó leer “Las brujas no se quejan” de Jean Shinoda Bolen. Mireille, otra de mis brujas consentidas, me hizo llegar el PDF.

“¡¡¡No puedo leerlo!!!”, les grité cuando las vi el siguiente domingo de aquelarre. “SIMPLEMENTE NO PUEDO”, les repetí. “¿Por qué ensañarse con la palabra ‘anciana’? ¿POR QUÉEEEE? N-o p-u-e-d-o l-e-e-r-l-o”.

“Bianca”, me dijo Ela con una enorme paciencia. “Intenta cambiar la palabra ‘anciana’ por ‘mujer sabia’ o ‘abuela’, como tú prefieras. Y si de plano no puedes, pues no lo leas, no pasa nada”.

Hice lo que me sugirió y vaya cambio.

Ahora creo que es un libro que todas las mujeres deberíamos leer no cuando estemos ancianas (de edad), sino cuando nos sintamos viejas, obsoletas, usadas, abusadas, ninguneadas, invisibilizadas, ¡sin importar la edad que tengamos! Porque el chip que hay que cambiar no es el de la edad, sino el de sentirnos como que ya no servimos, como que ya no tenemos nada que aportar, que ya mejor “¡Siéntese, señora!”, por no decir, “¡Ya muérase, señora!, su etapa útil acabó, su presencia estorba”.

Total… todo este cuento para decirte que se me ocurrió grabar un episodio para mi podcast de “Entre Brujas”, en el cual Yaz y yo reflexionáramos acerca del libro con algunas de nuestras seguidoras.

El magno evento sería en Le Pain Quotidien y tendría un costo simbólico de $250 pesos; incluiría un croissant y un café que a nosotros nos iba a salir en $54 pesos, es decir, íbamos a ganar poco menos de $100 pesos por asistente. Pero bueno, no es como que pensé esta convivencia para hacerme rica, sin embargo, sí creo que estoy en una etapa de mi vida en donde quiero que todas mis interacciones me aporten algo y si es dinero, pues bienvenido sea. Después de todo, el retiro de Kabbalah no me está saliendo gratis.  

LOS ROLES Y EL COMPROMISO

Tanto Yaz como yo promovimos el evento. Primero yo, después ella. “No tengo ninguna registrada”, le comenté a los tres días, “quizá mejor lo cancelamos o lo cambiamos de día, ¿cómo ves?”. “No, déjame promoverlo en la Newsletter y ya vemos”, me contestó.

A los dos días había 13 brujas registradas. “Fantástico”, pensé, aunque siempre me recuerdo que la tasa de bateo, es decir, el porcentaje de la gente que no se presenta, aún cuando juran por el Osito Bimbo que sí irán, es del 30% (y en eventos grandes hasta de un 50%). “Yo creo que van a llegar unas 8”, me dijo Yaz y asentí, pues yo pensaba exactamente lo mismo.

“Si ella invitó, yo confirmo”, me dijo la lógica y a Yaz también (¡error!, pero bueno, así se aprende).

“Tú manda el mail con los detalles, ¿va? Yo estoy muy ocupada, no me da tiempo”, me dijo por WhatsApp. Me tomó exactamente 5 minutos y se fue el bello mail con la confirmación del lugar, el PDF del libro, el link del audiolibro, la promoción del Día del Croissant, y las preguntas para ir pensando y no llegar a improvisar.

“Damn it!”, me dije a los 20 segundos, “¡se me olvidó decir que llegando allá pueden pagarnos en efectivo o por transferencia! ¿Mandaré otro mail? Nah, qué oso. Yaz lo puso en su correo y las stories, entonces se sabe que hay un costo de recuperación”.

Para esto, el viernes había ido yo al restaurante a comer. Me atendió un mesero que tengo mil años de “conocer” (no sé ni cómo se llama, pero su cara me es súper familiar porque llevo casi dos años viéndolo al menos dos veces a la semana). Aproveché la última plática de ese día para decirle “Oye, ¿qué crees? El domingo tengo un evento a las 12 del mediodía y quisiera reservar la mesa grande del segundo piso”.

– ¿La que está pegada a Horacio?, me preguntó.
– ¡Esa mera! Vamos a ser como 14 personas, le dije.
– Perfecto, claro que sí, la reservamos, me respondió.
– A nombre de Bianca Pescador, todavía le dije.

Estuve tentada a preguntarle su nombre para que asumiera la responsabilidad del acto (porque no es lo mismo decir «le pedí al mesero» que «le pedí a Sebastián»… pero me dio pena.

Al salir del lugar, la duda invadió mi cabeza: “¿Estás segura que le quieres dejar la responsabilidad de reservarte una mesa para un evento al que vendrán 13 personas a un mesero que además se ve híper chavito? ¿No se te hace que esa no es su labor? ¿Qué pasa si no le dice a la Gerente y no te reservan nada? ¿Qué pasa si, cuando llegues, esa mesa está ocupada?”.

“¡¡¡Aaaayyyy, cuánta negatividad!!!”, me dije a mí misma. “Yo creo que este chavo sí va responder a la altura y sí va a ir con la Gerente a reservarme mi mesa”.

¡Y adivina!

No la reservó.

Así que no sólo llegué tarde y sin micrófono… porque me dormí a las 2 am en casa de mi mamá, que no vive tan cerca del restaurante como yo, y como soy rebuena para dormir, no me dio tiempo de ir por el micrófono USB para la compu, blah blah blah.  

Para cuando llegué al lugar –15 minutos tarde– estaba Yaz con dos de las asistentes sentadas en la mesa comunal, donde hay cero privacidad y se oye todo el ruido de la cocina y los comensales. Neta me estaba infartando. Pero bueno, eso se compuso. A los 45 minutos nos pasaron a la mesa que yo quería, que está más privadita aunque igual de ruidosa (ya lo comprobarás cuando publique el episodio).

Pasada casi la hora, las dos brujitas invitadas me dijeron que no habían recibido mi correo. “Eso es gravísimo”, les dije, “porque entonces por eso las demás no vinieron, ¡porque no les confirmamos!, y eso hace que ya no sea error o informalidad de parte de ellas, ¡sino de nosotras!”. Dos horas después, ante mi intensa insistencia, vimos que mi correo sí se mandó, pero que por alguna razón se fue directo al Spam (con todo y que lo mandé de mi correo personal, no desde una plataforma automatizada).

Anyway, aquí viene lo más sabroso.

¡REPROBADA!

Con un chingomadral de cosas que hacer, propuse que el episodio durara 40 minutos, es decir, debíamos terminar a las 2 pm, lo cual evidentemente no pasó porque si algo se nos da a las brujas es la platicada y la reflexionada, entonces bueno, duró hora y media.

Hasta ahí todo bien, la verdad es que sí quedó bien padre. Salieron muchas joyas de sabiduría y mi corazón brujil estaba feliz de coincidir con mujeres tan mágicas, inteligentes, sensibles y con experiencias de vida tan distintas a la mía.

Pero…

Ahí viene el pero.

Pido la cuenta, se tarda un chingo en llegar (esa es la ventana de oportunidad de este lugar porque siempre se tardan mucho y no sólo conmigo) y para cuando al fin la traen, me digo “OK, momento de cobrar para poder pagar”.

– “Ay, qué pena”, me dijo mi Bianca interna del lado derecho
– “Pena robar y que te cachen, Bianca, no mames”, escuché por mi lado izquierdo
– “Noooo, no puedo cobrarles, ¡qué pena!, son tan lindas”.
– “¿Y cómo pinches vas a pagar la cuenta?”
– “No sé, dejemos que ellas decidan”.

Esta fue la conversación que escuché en mi cabeza mientras veía la cuenta y a Yaz, la cuenta y a la Bruja 1, la cuenta y a la Bruja 2…

– Que cada quien pague lo suyo, dijo Yaz.
– Sí, perfecto, dijo la Bruja 1.
– Bueno, yo no pedí nada, dijo la Bruja 2.

Cuando escuché esto quería literalmente meterme abajo de la mesa porque si algo les c4ga a los meseros de un restaurante es la gente que está ahí 4 horas y no pide nada; nadie me lo cuenta, yo fui mesera (en Nueva York) y sé que ningún mesero es fan de ese hábito porque pierdes dinero.

La cosa es que cada quien pagó lo suyo, pero a mí la cabeza me explotaba.

Porque, perdón, pero yo no me fui a tomar un café con una amiga. Yo me levanté, me arreglé más que de costumbre (porque #anfitriona), llevé mi computadora, mis micrófonos… y luego sigue la edición, el copy, subirlo, promoverlo. Osea la chinga que me espera es grande, no quiero que se piense que tener un podcast es un té con galletitas. ¡Es una friega! Una MEGA friega y quien tenga uno no me dejará mentir, sobre todo si lo edita.

Y lo que más me desespera es que yo ya me creo la muy dominadora de la confrontación, la muy discípula del Madoff de Wall Street, la muy tú las traes del Pan de la Vergüenza. ¡¡¡PAMPLINAS!!! Puras pamplinas. Cuando llega el momento de poner límites, de hablar claro, de confrontar, me acobardo como las gallinas. Con el perdón de las gallinas, que además son bien valientes, no sé porqué tienen esa fama.

La neta me llevaba la chingada. Salí de ahí (a las 4 de la tarde) de pésimo humor por no saber hablar, dialogar, negociar, ser clara, poner los puntos sobre las “íes”… y es que la gente que es así me c4ga. Ahí está la astróloga a la que no le vuelvo a hacer ni una historia por nefasta y malagradecida.

“Pues será nefasta y malagradecida, pero al menos no pierde dinero”, pensé hoy.

Honestamente creo que el 1% de quien le haya dado click a este post va a llegar hasta aquí porque está bien pinch3 largo, pero no lo escribo para las demás. Lo sirvo por si te es útil, pero sobre todo, lo escribo para mí. Para recordarme lo mal que la paso cada vez que dejo que me pisoteen, cada vez que no me hago caso, cada vez que no pongo límites, cada vez que no valoro mi trabajo porque además de todo lo que hice y tengo que hacer, ¡¡¡tengo que pagarme mi pinch3 café!!!

Qué bueno que me pasen estas cosas porque estoy convencida que es hasta cuando estoy hasta la madre que puedo poner un alto. ¿Proactiva? Para nada. Reactiva hasta la coronilla, pero eso pasa cuando creemos que ya dominamos algo. Llega la vida y nos dice “¿Ah, sí? A ver, ahí te va el examen”, y cuáchalas, que lo trueno.

A ver cómo me va en el extraordinario, ya te contaré.

Acerca del autor
𝗠𝗮𝘇𝗮𝘁𝗹𝗲𝗰𝗮 𝗱𝗲 𝗻𝗮𝗰𝗶𝗺𝗶𝗲𝗻𝘁𝗼, chilanga de corazón. Después de haber sido editora de sociales, belleza y estilo de vida de las revistas más reconocidas de México, 𝗵𝗼𝘆 𝘀𝗼𝘆 𝗲𝗱𝗶𝘁𝗼𝗿𝗮 𝗱𝗲 𝗹𝗶𝗯𝗿𝗼𝘀, 𝗯𝗹𝗼𝗴𝗴𝗲𝗿 𝘆 𝗽𝗼𝗱𝗰𝗮𝘀𝘁𝗲𝗿 (Entre Brujas y Kabbalah 20/20). Amante del latte, los viajes y los animales, me gusta leer, escribir, bailar, practicar yoga y andar en bici. 𝗗𝗼𝘆 𝗰𝗹𝗮𝘀𝗲𝘀 𝗱𝗲 𝗰𝗼𝗽𝘆𝘄𝗿𝗶𝘁𝗶𝗻𝗴, 𝗿𝗲𝗱𝗲𝘀 𝘀𝗼𝗰𝗶𝗮𝗹𝗲𝘀, 𝗺𝗮𝗿𝗸𝗲𝘁𝗶𝗻𝗴 𝗱𝗶𝗴𝗶𝘁𝗮𝗹 𝗮𝗻𝗱 𝗲𝘃𝗲𝗿𝘆𝘁𝗵𝗶𝗻𝗴 𝗶𝗻 𝗯𝗲𝘁𝘄𝗲𝗲𝗻. Me declaro fan del hummus, el aguacate y las galletas María. Confieso que muchas veces me caen mejor los perros que las personas, por eso soy voluntaria asociada de la Fundación 𝗟𝗮 𝗦𝗼𝗹𝘂𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗲𝘀 𝗹𝗮 𝗘𝘀𝘁𝗲𝗿𝗶𝗹𝗶𝘇𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻.

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